Las zapatillas rojas (Michael Powell y Emeric Pressburger, 1948)

Se han cumplido 75 años del estreno del clásico del cine británico, Las zapatillas rojas (Michael Powell y Emeric Pressburger, 1948). La película favorita de Tilda Swinton lo ha sido también de muchas niñas aspirantes a bailarinas que la veían en su infancia y soñaban con ser primeras bailarinas. Yo fui una de esas niñas y lo que más me fascinaba, aparte de esas zapatillas de raso rojo impoluto y brillante, era Moira Shearer, era su pasión y, por supuesto, esas fantásticas y, en el fondo, esas vanguardistas coreografías.

Moira Shearer y Leonide Massine

Toda la película está articulada en torno a la creación de un ballet que tiene como base el cuento de Hans Christian Andersen que fue publicado por primera vez en 1845 en Nuevos cuentos de hadas. Primer Tomo. Tercera colección. En el cuento se narra la historia de Karen, una niña huérfana que elige como regalo de comunión unos zapatos rojos que la harán bailar sin parar hasta que, exhausta y a punto de morir por agotamiento, tendrá que implorar a dios para poder parar. En el cuento, los zapatos rojos simbolizaban la vanidad, pero en la película, esas zapatillas tomarán un cariz diferente. Y ya advierto, desde aquí, que hay spoilers.

Todo el argumento gira alrededor de ese ballet, y éste será el momento álgido y central del filme, 17 minutos durará el número en un alarde magnífico de realización cinematográfica llena de expresionismo, de pasajes oníricos, de primeros planos llenos de fuerza expresiva y con una coreografía absolutamente deslumbrante. Moira Shearer lo es todo en la pieza de ballet más famosa de toda la historia del cine.

Esta secuencia central de ballet, se convertirá, además en la metáfora de la vida de la protagonista, es premonitorio. A la mitad de la película, ya sabemos cuál va a ser el fatídico final de su historia.

QUÉ CUENTA LAS ZAPATILLAS ROJAS

Las zapatillas rojas era y sigue siendo una película profundamente amarga. Victoria Page (Moira Shearer) consigue ser primera bailarina de una prestigiosa compañía de ballet, pero claro, se enamora del compositor/director de la orquesta, Julian Craster (Marius Goring) que, al igual que ella, acaba de lograr un gran éxito. Ambos son jóvenes, ambiciosos y Boris Lermontov (Anton Walbrook), el director de la compañía, confía en ellos y les ha dado su gran oportunidad.

Cuando Lermontov se entera de su relación los despide, no soporta que, sobre todo ella se case pues sabe que eso la llevará a bajar su entrega como primera bailarina, seguramente él piensa que es algo intrínseco de las mujeres (pues la antecesora de Page dejó la danza para casarse), sin embargo, nosotras sabemos que es la programación a la que nos someten desde que nacemos: elegir el amor romántico por encima de todo. De ahí que no tenga ese temor con Julian Craster, porque está implícito que el hombre no se va a desviar de su carrera. Y así pasa, cuando los dos dejan la compañía, es él el que está componiendo y teniendo éxito como músico, mientras que se nos da a entender que Victoria ha dejado de bailar o como mucho, está bailando en compañías menores.

Se convierten, pues, en ese matrimonio entre artistas en el la esposa bajará el ritmo y las aspiraciones, mientras él sigue creciendo y triunfando profesionalmente. Al final de la película, Victoria estará a punto de volver a ser la gran bailarina que era cuando Lermontov le pide que vuelva a la compañía. En un duro combate interno, deberá elegir (pues no pueden ser las dos) entre la exigencia y el sacrificio de la vida artística, el éxito profesional o su marido y una vida tradicional y modesta a la sombra del genio. Es por ello que Victoria elegirá…

EL SUICIDIO

Para la niña que yo era, tan ingenua y sin experiencia vital, Victoria se suicidaba por que no quería dejar de bailar y prefería morir a tener que abandonar la danza. Pero la mujer que ha vuelto a ver la película con perspectiva, no solo feminista, sino de haber vivido y haber tomado decisiones que no siempre han sido las correctas, ve en el suicidio de Victoria el suicidio artístico. Porque, en realidad, ella muere corriendo hacia Julian, su marido, y es a él al que le pide que le quite las zapatillas rojas, es decir, le elige a él y al elegirle a él, elige la muerte profesional, elige la vida de él, no la suya. Su suicidio trasciende, no es solo una muerte real, es una muerte metafórica.

Por supuesto, esta interpretación es mucho más amarga y pesimista que la que tenía mi yo niña. Y no es baladí, cuando leemos y conocemos la cantidad de mujeres que abandonaron sus carreras, o recortaron su ambición, en favor de la de él o del matrimonio o de una vida más convencional y más aceptable para ellas, el final de Las zapatillas rojas es un puñal clavado en nuestro yo aspiracional.

Victoria Page es Sylvia Plath. Es la pintora María Moreno, siempre a la sombra de su marido, Antonio López. Es Mileva Einstein. Victoria Page es todas aquellas mujeres que intentaron hacerlo todo y algo se resintió. Todas aquellas mujeres que renunciaron. Todas aquellas mujeres a las que les presionaron de un modo u otro para que creyeran que era mejor el matrimonio que la carrera profesional, que creyeron en el mito de la libre elección.

EL LEGADO

Desde el principio Las zapatillas rojas fue un auténtico éxito. En su momento, pese a ser una película británica, consiguió estar nominada a cinco Oscars: Mejor Película, Mejor Guion, Mejor Banda Sonora, Mejor Dirección Artística y Mejor Montaje. De ellos ganó el de Mejor Banda Sonora y el de Mejor Dirección Artística. Fue innegable su influencia en los posteriores musicales de Hollywood, sobre todo, los números musicales narrativos que diseñó y coreografió Gene Kelly para películas como Cantando bajo la lluvia (Stanley Donen y Gene Kelly, 1953) o Un americano en París (Vincente Minelli, 1952), fieles deudores del ballet central de Las zapatillas rojas.

La plasticidad, el ritmo y el diseño son deslumbrantes. Su impacto visual fue tremendamente vanguardista y audaz para una película convencional del año 1948, y desde luego, fue una rareza en el tipo de producciones que se hacían en Gran Bretaña.

A comienzo de los años 2000, Martin Scorsese impulsó la restauración de la película e inició la recaudación de fondos para ello. Dicha restauración se comenzó en 2006 en la universidad de UCLA con el apoyo de la Film Foundation de EE.UU. Fue llevada a cabo por Thelma Schoonmaker (la montadora habitual de Scorsese y viuda de Michael Powell, director del filme), Robert Gitt y Barbara Whitehead. El negativo estaba en tan mal estado que solo se pudo hacer una restauración digital con tecnología 4K.

La restauración se estrenó en el Festival de Cine de Cannes en 2009 y en la lista de las 100 mejores películas de la historia de 2022 de Sight and Sound ocupa el puesto 67. Así que os animo a descubrir este clásico del cine que actualmente se puede ver en streaming en Prime Video y Filmin.

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